Desde los márgenes: sabiduría liminal, ecología profunda y el arte de cohabitar lo vivo


Hay ideas que no llegan cuando una se sienta a escribir.
Llegan cuando te ensucias las manos con tierra.
Cuando das los buenos días a quien apenas conoces.
Cuando ves a los niños inventar un juego con una rama.
Cuando caminas sin rumbo y el cuerpo empieza a escuchar de nuevo.

Desde que me fui de la ciudad y empecé a habitar un territorio más rural, más pequeño, más lento, algo empezó a transformarse.

No fue una decisión plenamente planificada. Fue más bien un pulso, una necesidad vital que emergía del subconsciente, como si el cuerpo supiera antes que la mente que necesitaba otro ritmo, otro paisaje, otra escucha.

Rodeada de estímulos, de pantallas, de discursos que hablaban del cuidado, sobre la libertad, la regeneración —pero donde pocas veces el cuidado realmente se escuchaba o se encarnaba— sentía que mi alma vivía apresurada, sin espacio para respirar entre tanto estímulo, tanto que hacer y la velocidad galopante que nunca cesa.

En este borde —entre ciudad y campo, entre cultura y naturaleza, entre ruido y silencio— comenzó a configurarse un umbral poroso y comenzaron a surgir/abrirse preguntas distintas.

Latidos. Ecos de nuevos territorios. Interrogantes que no buscan respuesta inmediata, sino presencia para ser sostenidas.

“En los márgenes hay terreno fértil.”
Leo esta frase —discreta, casi escondida— en el libro Escritos en la arena, de Tyson Yunkaporta.

Me toma unos segundos entender por qué me conmueve tanto.

Quizás porque en los últimos tiempos he sentido, con creciente intensidad, que todo lo que verdaderamente importa hoy está ocurriendo precisamente allí: EN LOS MÁRGENES. En los bordes de los sistemas, en las voces que han sido desplazadas, en los silencios que el centro no sabe nombrar.

Esa frase actúa como espejo de una intuición que ya venía creciendo en mí.
El texto que la contiene —una reflexión sobre la necesidad de pensar desde la diversidad, lo indígena, lo liminal, lo no establecido— nombra con sencillez una verdad profunda:

no podemos resolver los problemas actuales desde los mismos marcos que los generaron.

Y más aún: no necesitamos solo otras respuestas, sino otras preguntas.
- Otros lugares desde donde mirar.
- Otros cuerpos desde los cuales pensar.

Esa invitación a habitar los márgenes —a mirar desde los bordes, a pensar desde lo que ha sido desplazado— fue también lo que me permitió reconocer mi propia experiencia en movimiento, esa marcha de la ciudad hacia una vida más “rural”.
Porque más allá de lo teórico, lo liminal no es una idea: es una vivencia encarnada.
Y fue justo desde esa vivencia que comenzó a revelarse una verdad más íntima.

Vivir entre mundos, entre lenguajes, entre formas de vida que no terminan de encajar del todo, se volvió no solo un lugar físico, sino un proceso de transformación profundo. Un tránsito lleno de contradicciones y también de revelaciones.

Porque a veces, vivir en los márgenes no es fácil.
Durante los primeros meses de dejar la ciudad, tendí a la reclusión, me sentí fuera de lugar.
Demasiado “urbana” para encajar en las dinámicas del pueblo.
Demasiado “rural” para volver al ritmo de la ciudad.
Me movía entre dos lenguajes que no terminaba de comprender.

“Desprovista” de territorio, todo era compost.
La identidad, los hábitos, las referencias… todo comenzaba a deshacerse.Y sin embargo, en medio de esa desorientación, se insinuaba también una posibilidad: la de que algo nuevo pudiera brotar.

Solo en ese espacio de transición, y con el tiempo, entendí algo fundamental:
No hay lugar más fértil que el umbral.
El centro es estático. Cerrado. Autoreferencial.
El margen, en cambio, es poroso. Mutable. Vivo.
Y quizás, por eso, tan creativo.

El lugar de lo liminal: entre mundos, entre lenguajes

Tal vez por eso, en los bordes se afina la percepción.
Al no tener un suelo firme bajo los pies, se despierta una sensibilidad distinta:

una manera de escuchar lo que no tiene forma, de nombrar lo que aún no se ha dicho.

Desde esa experiencia encarnada del umbral, comprendí que habitar lo liminal no es estar perdida, sino ESTAR DISPONIBLE.
Disponible a ver de otro modo, a dejarse afectar, a pensar desde otro lugar.Desde una mirada situada que reconoce su lugar en el borde, y no por eso es menos valiosa.

Desde ahí, desde esa disponibilidad que solo nace cuando una se permite no saber del todo, empecé a intuir otra forma de conocer. Una forma que no pretende controlar, sino acercarse con cuidado.

Una forma que no observa desde fuera, sino que participa desde dentro.

Pensar desde lo liminal es habitar el “entre”:
entre paradigmas, entre culturas, entre saberes, entre sentires, entre territorios, entre trabajos,...

No como tierra de nadie, sino como espacio fértil para la creatividad profunda.


“Los bordes son lugares de posibilidad, donde lo nuevo puede emerger. La complejidad vive allí.”
— Nora Bateson

Este es el tipo de pensamiento que necesitamos cultivar hoy:
⤷ Uno que no busca fórmulas fijas, sino diálogo entre lo diverso.
⤷ Uno que reconoce que el conocimiento vivo no es propiedad de nadie, sino un tejido en movimiento, una danza relacional entre experiencias, cuerpos y territorios.

Y quizás sea desde esta forma de pensar —más humilde, más encarnada, más interdependiente— que podamos comenzar a responder a los desafíos de nuestro tiempo con otra sensibilidad.

Porque lo que está en juego hoy no es solo qué sabemos, sino cómo sabemos.

De la mente separada a la mente ecológica

En este sentido, el pensamiento liminal se entrelaza naturalmente con la propuesta de la ecología profunda.
Porque más allá del activismo ambiental o de la ciencia de los ecosistemas, esta mirada nos invita a HABITAR EL MUNDO desde otra percepción:
una percepción relacional, espiritual, filosófica, enraizada en la vida misma.

Es una manera de recordar que no somos entidades aisladas, sino expresiones singulares de una totalidad viva.

“No somos individuos. Somos la Tierra que siente, se preocupa y actúa.”
— Joanna Macy

Desde esa conciencia, diseñar, actuar, decidir, deja de ser un gesto de intervención externa y se convierte en una práctica de co-creación relacional.

Ya no se trata de “arreglar el planeta”,sino de escuchar lo que la vida está diciendo a través del colapso.
De honrar la sabiduría que ya existe:


en la Tierra, en los pueblos, en el cuerpo, en los sueños.


Y en esa escucha, lenta y comprometida, descubrimos que el conocimiento no emerge del control, sino del VÍNCULO.Y que no hay conocimiento sin pregunta, sin esa apertura al misterio de lo vivo que nos invita a afinar los sentidos y soltar las certezas.

El arte de hacer preguntas vivas

Quizás lo más importante no sea tener nuevas respuestas, sino hacer mejores preguntas.
✺ Preguntas que no cierren el camino, sino que lo abran.
✺ Preguntas que sean semilla, no punto final.
✺ Preguntas que broten del cuidado, del vínculo, del deseo de vivir bien con otres.

Porque incluso los errores, los cambios de rumbo, los nuevos territorios, el distanciamiento de nuestro propio centro… pueden volverse descubrimientos si los acogemos con sensibilidad.

Y si nos atascamos —como suele suceder cuando habitamos lo complejo—, podemos pedir ayuda.
A las esquinas.
A los equilibrios sutiles del mundo vivo.
A la voz del bosque.
A la sabiduría no humana.

A lo brotes que crecen en los márgenes




“La transformación crece en los márgenes.”
— LLAMAS REGENERATIVAS


Fotos: Pinterest



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